En el Parte I de esta serie que repasa la historia arquitectónica de Puerto Vallarta de la mano de los arquitectos y especialistas Alfonso Baños y Óscar Morán, hicimos un recorrido a través de los primeros (casi) cien años en los que predominó la arquitectura serrana, la cual se estableció desde que los primeros pobladores provenientes de municipios aledaños trajeron sus usos y costumbres, incluyendo la manera de construir que se caracterizaba por su aire rústico y tradicional con esencia colonial. Calles entrecruzadas y empedradas, así como edificios con techos inclinados de teja, muros de adobe y ventanas verticales y estrechas serían por varias décadas los elementos que conformarían un paisaje único que uniría la arquitectura montañesa con la calidez del mar y la exótica belleza de la selva.
En esta segunda parte, analizamos cómo la llegada de los primeros visitantes y las nuevas tendencias empezaron a transformar este idílico escenario, incorporando a la ciudad nuevos estilos y formas de construir, las cuales se adaptaron a la época sin perder la esencia inicial.
Llegan los Primeros Visitantes, Llegan los Cambios
A partir de los años 40, la llegada de los primeros visitantes desencadena una transformación tanto para la economía local (en adelante con vocación turística) como para su paisaje urbano, dando lugar al funcionalismo, que era el estilo vanguardista de la época. Alfonso Baños indica que, por primera vez, “se presenta una ruptura respecto a la arquitectura serrana con el fin de adaptarse a las necesidades de la industria turística, modificando la geometría y tecnología edilicia e imponiéndose la simplicidad de líneas”. Este estilo arquitectónico, cuyo lema es Form Follows Function (la forma sigue a la función), se caracteriza por los techos planos, ventanas alargadas horizontales, balcones de fachada completa y esquinas de 45º. Además, por primera vez en la ciudad se construyen edificios de entre tres y cinco niveles y se emplean materiales modernos como celosías prefabricadas, losas, techos en concreto, herrería y cristalería.
De este período, el ejemplo más representativo es el Hotel Rosita (1948) que se construyó con grandes líneas simples y geométricas, con espacios pensados para cubrir las necesidades modernas de sus huéspedes (como agua caliente y alberca). Otros grandes ejemplares son los edificios escolares construidos sobre la calle Zaragoza durante la década de 1950, como la escuela Teresa Barba y el auditorio Agustín Flores Contreras.
El Estilo Vallarta: Modernidad y Tradición
Alfonso Baños comenta que, durante la década de 1950, surge un interés por parte de los residentes extranjeros por construir sus casas dentro del poblado, adaptando sus nuevas residencias al estilo serrano que los enamoró como visitantes (que por aquel entonces había sido desplazado por el funcionalismo). De esta manera, surgió una nueva generación de constructores que llegaron de otras partes de México, cuya principal aportación fue “la recuperación de la tradición arquitectónica serrana, pero incorporando materiales y sistemas constructivos contemporáneos”.
Fernando “Freddy” Romero es considerado como el creador de esta nueva “escuela”. Sus primeras construcciones fueron “Las Campanas” (una serie de bungalows construidos con un estilo mexicano). También es autor de muchas de las casas más emblemáticas del Gringo Gulch, donde respetó las formas básicas de la arquitectura serrana, pero aportó un estilo propio con numerosos elementos y materiales originales: ladrillos sin enjarrar, solo pintados; muros de adobe en interiores, botellas para iluminar, cemento pulido en forma de mosaicos, ventanas con vegetación y herrería. “Además, proporcionó el valor de las vistas a través de terrazas, balcones y ventanales”, comenta Morán. En la esquina entre las calles Matamoros y Mina, aún se conservan cuatro casas de Freddy Romero en excelentes condiciones.
Durante esa época, también fueron de gran importancia los ingenieros Luis Favela y Guillermo Wulff, así como el arquitecto José Díaz Escalera. “Todos ellos tienen características únicas, pero comparten la visión de integrar el legado constructivo y estilístico que inició Romero”, comenta el arquitecto Morán. “Romero utilizaba muchos materiales tradicionales en sus estructuras, pero Favela y Wulff empezaron a utilizar formas estructurales más modernas y materiales de ciudad, pero siempre revistiendo y accesorizando con materiales tradicionales”. Gracias a ellos, “se incorporan nuevos elementos constructivos como cúpulas, arcos de medio punto y punto buscado, así como muros de ladrillo aparente, entre otros elementos que en adelante serían muy demandados y formarían parte del legado arquitectónico vallartense”, matiza Alfonso Baños.
Un Paisaje Ecléctico pero Armónico
Sobre el funcionalismo y el Estilo Vallarta (que se sitúan entre finales de la década de 1940 y principios de los 70), Morán comenta que ambos pertenecían a las corrientes de arquitectura moderna que se estaban llevando a cabo de forma global, caracterizados por la simplicidad de formas y ausencia de ornamentos innecesarios. Añade que, “durante estas décadas, existió una armonía en la ciudad. Los edificios y arquitectos, tanto dentro del Estilo Vallarta como independientemente, integraron aspectos del modernismo —como el funcionalismo— con la arquitectura serrana, creando una evolución y no tanto una ruptura”.
Con la llegada del posmodernismo a partir de los 60 y sobre todo a la cada vez mayor proyección de Puerto Vallarta como destino turístico durante los 70, el Estilo Vallarta (aún manteniendo sus raíces), comenzaría a evolucionar de una forma más libre para atender otras funciones y necesidades estilísticas; algo que veremos en la Parte III de la Historia de la Arquitectura de Puerto Vallarta.