Puerto Vallarta acaba de celebrar su aniversario, habiendo cumplido 50 años como ciudad y 100 como municipio. Sin embargo, su fundación se remonta más décadas atrás, algo que se refleja en la riqueza arquitectónica de la ciudad. Desde las primeras construcciones pertenecientes a la denominada arquitectura serrana, hasta los actuales desarrollos de estilo contemporáneo; este destino turístico ha sostenido una interesante evolución urbanística, una transformación que analizaremos cronológicamente en una serie de tres artículos especiales.
Para recorrer estos más de 150 años de historia a través estilos y construcciones emblemáticas, nos acercamos al arquitecto e investigador Alfonso Baños, así como el arquitecto y urbanista Óscar Morán, expertos en historia arquitectónica-urbanística de Puerto Vallarta, quienes cuentan con una amplia trayectoria a través de trabajos publicados y exposiciones en la materia, como la muy recomendable serie documental y divulgativa Entre Muros de YouTube.
Construcciones Pioneras: Arquitectura Serrana
Aunque se han documentado asentamientos anteriores, oficialmente se considera que Puerto Vallarta fue fundado en 1851 cuando personajes icónicos como Guadalupe Sánchez Torres y otras familias provenientes de municipios serranos aledaños (como San Sebastián del Oeste, Mascota o Talpa de Allende), decidieron establecerse definitivamente en este enclave de la Bahía de Banderas, trayendo consigo sus usos y costumbres, entre ellos, la manera de construir. “En ese entonces no existían los arquitectos como tal. La primera escuela de arquitectura se fundó en México ya bien entrado el siglo XX y aunque había escuelas de ingeniería, el conocimiento constructivo de los pequeños pueblos se transmitía por generaciones: familias completas de herreros y albañiles que sabían construir con muchísima belleza”, recalca Morán.
La arquitectura serrana destaca por su aire rústico y tradicional, manteniendo la esencia de los pueblos coloniales, pero con la particularidad de que Puerto Vallarta tenía ese estilo montañés en la playa. Entre sus características más visibles, Alfonso Baños señala: “Las calles entrecruzadas perpendicularmente —en cuadrícula— y las vías pavimentadas con materiales de la región como la piedra bola, que ayudaba al tránsito de caballos y después de los vehículos. Los techos inclinados con tejas de barro, muros de adobe, ventanas verticales y estrechas con pequeños balcones; además del empleo de la madera para vigas, tablas y cubiertas, así como para puertas y ventanas espesas”.
Las edificaciones demostraban las jerarquías de sus habitantes: “Las más importantes tenían esquinero y estéticamente marcaba la importancia de la vivienda en el tejido de la ciudad”, añade el arquitecto Baños. “En el pueblo existían tres colores predominantes: el gris del pavimento, el blanco de los muros y el rojo de los tejados que realzaban la vegetación del entorno. Además, las alturas eran proporcionales a la anchura de las calles”.
Algunos de los ejemplos más significativos son la finca donde se encuentra el restaurante El Campanario (entre las calles Independencia e Hidalgo), pues aún posee el tejado, muros de adobe, fachada y ventanas originales, así como un patio interior con pozo. Otras propiedades que destacan son el edificio de la tienda Milano (entre las calles Juárez y Galeana), que aún conserva el estilo serrano en su exterior. El antiguo edificio de correo (actualmente el restaurante La Posta), cuyas ventanas fueron modificadas, pero aún mantiene las cornisas, el techo de teja y los muros de adobe anchos. Un ejemplo de arquitectura serrana tardía es la Escuela 20 de Noviembre, que aunque fue construida en los años 30 con algunos elementos modernos, fue realizada para que encajara con la arquitectura serrana. “Si comparas la arquitectura de San Sebastián del Oeste con la de estos edificios —previo a sus respectivas modificaciones—, verás muchas similitudes”, asegura Morán.
Cien Años en una Burbuja Rústica, con Excepciones
Debido a que el pueblo tenía una condición aislada con respecto al resto del país, la arquitectura serrana predominó en Puerto Vallarta durante casi cien años. “Mientras que a lugares como Ciudad de México o Guadalajara llegaron los nuevos estilos europeos o estadounidenses, aquí no. Aunque llegaran, para poder cumplir con esos estilos había elementos y recursos que no se podían conseguir. Puerto Vallarta no tenía conexión carretera —solo marítima y hasta los años 30 llegó la aérea—. Aquí solo se podía construir a base de adobe, ladrillo y madera, materiales que abundaban”, señala Óscar Morán.
A pesar de la omnipresencia estilística de la arquitectura serrana, merecen una mención especial dos edificios icónicos de la ciudad que constituyen una excepción para el estilo arquitectónico del momento.
La Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe tiene como particularidad su largo período de construcción y no pertenencia a ningún estilo en particular. Comenta Óscar Morán que se reconoce oficialmente el inicio de su construcción en el año 1921, aunque desde 1903 (año en que la Diócesis de Tepic le otorgó a Puerto Vallarta el permiso para tener una parroquia —y no catedral, como se le llama erróneamente—) ya se había iniciado con los cimientos, columnas y muros. El proyecto se prolongó hasta 1965, cuando se le puso a la torre central la corona (primera de tres que ha tenido en total) y en 1985 se añadieron los dos campanarios laterales.
En cuanto al estilo o mezcla de ellos, Morán comenta que se trata de “inspiración del neoclásico, aunque carece de la depuración característica. Realmente es de estilo rústico en su terminado exterior, principalmente por el uso de ladrillo y castillos de concreto con varilla de acero y algo de piedra para darle un toque más colonial. La iglesia nunca tuvo un arquitecto encargado del proyecto en forma global, se fue construyendo con base en las ideas que el padre de cada época tenía y la técnica constructiva refleja las tecnologías que existían a lo largo de todo el tiempo en que se llevó a cabo”.
La otra joya es el Teatro Saucedo (entre las calles Juárez e Iturbide), que fue diseñado por el ingeniero italiano Angelo Corsi y construido en 1922 con técnicas avanzadas, como el uso de vigas de acero (algo inédito en la ciudad). Su estilo, que emulaba a los teatros y grandes edificios de la Ciudad de México y Europa, constituyó un ejemplo de sofisticación y reflejo de lo que buscaban las clases burguesas de la época, convirtiéndose así en el primer centro dedicado a la cultura y a las reuniones sociales en Puerto Vallarta.
A pesar de estas dos raras avis, Puerto Vallarta seguiría manteniendo su peculiar fisionomía durante varias décadas, un encanto de “pueblito mexicano” que se mantendría inmaculado hasta la llegada de los primeros visitantes extranjeros a finales de la década de 1930. Sin embargo, fue hasta la década de 1940 cuando estos cambios se reflejarían en la arquitectura vallartense con la llegada de los primeros movimientos modernistas, algo de lo que hablamos en la Parte II de la Historia de la Arquitectura de Puerto Vallarta.